Cuando insultar es gratuito
Con un poco de esfuerzo, me recuerdo de
pequeña en la grada de cualquier pabellón durante un partido de
balonmano. Al lado, mi madre. En la pista, mi padre, que era el árbitro,
con su compañero. Lo más importante del partido no era quién ganase,
sino que nadie se enterase de quién era mi padre en aquel pabellón. Por
prevenir, más que nada. Y así cada fin de semana.
Cuando
vas cumpliendo años, ya puedes ir sola a ver a tu padre arbitrar.
Además, da igual en dónde esté tu madre durante el partido, con unas
amigas o tomándose un café, que ella siempre va a estar presente. Tus
acompañantes en la grada la recordarán más que tú durante 60 minutos.
Alguna vez, todavía me cuenta anécdotas de mi abuelo, también árbitro de
balonmano: “Cuando llegaba de arbitrar y su madre le preguntaba qué tal, él le decía que bien, pero que a ella la habían puesto de verano”.
Los años pasan mientras
tú te acostumbras a sentarte en una grada y a escuchar como más de uno,
que seguramente nunca habrá tenido un reglamento de balonmano en sus
manos, llama “hijo de puta” a tu padre. Ya no sirve el protestar y hay que insultar, que es gratis.
Lo más triste, es que
todas estas anécdotas no tienen nada de invención. Y hoy en día, mi
padre ya no está en una pista de balonmano, pero sí muchos de mis
amigos. Te sientas en una grada y sientes vergüenza de todo lo que
tienes que escuchar. ¿Si cada uno de nosotros tuviese un familiar o
conocido árbitro cambiaría esta bochornosa realidad?
Y cuando tú te limitas a aceptar que la educación y el respeto cada vez son más escasos en un pabellón, alguien decide cruzar la delgada línea que separa la violencia verbal de la física.
Quizás algún jugador o entrenador que, educado en el arte del ganar y
no en el de disfrutar compitiendo, manifiesta su frustración hacia quien
es para él el culpable de no alcanzar sus objetivos: el árbitro.
Árbitros que intentan
realizar su trabajo lo mejor que pueden y solo reciben insultos, en el
mejor de los casos. Árbitros que cuando escuchan un “que malo eres” hasta se sienten bien.“Al menos no me insulta, eso quiere decir que me respeta como persona” es la reflexión que comparte conmigo un amigo colegiado.
Continuamos pensando en
las consecuencias una vez sucede una agresión verbal o física, en vez de
tomar medidas de prevención para evitar situaciones que deben ser
erradicadas de los pabellones. Y la solución más fácil es educar a los
niños que se inician en el deporte desde el respeto a los árbitros,
tanto padres como entrenadores. Los niños son lo que ven y, ahora mismo,
saben que insultar es gratuito
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada